La lectura como poética



Si en “Disparen contra el autor” analizamos críticamente la idea de la lectura subjetiva como elemento central del análisis, también hemos mencionado la diferencia con todo aquello que la lectura permite en términos creativos.

I - La lectura, como las artes en general, es un gran potenciador creativo


La lectura de una obra permite habilitar juegos de significados que no están en la obra original y crear una nueva significación, que no es estricta de la de la obra sino el resultado de ponerla en juego con un conjunto de obras y experiencias.

La re significación de la obra o de un conjunto de obras permite lecturas, comparaciones, denominadas por Gerard Genette como intertextualidades que han dado paso a grandes textos poéticos, cuentos y novelas. En los últimos años, han desarrollado esta potencia autores como Borges (en relatos y ensayos), el mexicano Alfonso Reyes o el italiano Umberto Eco (El nombre de la Rosa es un canto a la intertextualidad con la obra griega clásica y su reaparición medieval).

Esto que hoy suena a algo trillado o pasado de moda,  ha sido por siglos uno de los principios de la creación literaria: no desmerecer lo anterior como malo o equivocado, sino encontrar en un corpus de obras temáticas y estéticas que despierten en el escritor el interés por contar algo con un estilo que irá construyendo. Todas las generaciones creen vienen con el pan bajo el brazo de la renovación literaria, artística y cultural. Nada más viejo. Desde los cambios en las tragedias griegas (Esquilo -> Sófocles -> Eurípides) a la romanización de la cosmogonía, las rupturas en las interpretaciones religiosas canónicas, rupturas que luego se vuelven canónicas, Garcilaso y la defenestrada italianización de la obra española que llevaba adelante, Dostoievsky y Crimen y castigo más la polifonía, Kafka y su literatura agobiante, Camus y el existencialismo, la escritura rupturista de James Joyce, el uso del verso libre para romper con los versos estructurados, el uso de versos estructurados para romper con el verso libre, al punto de utilizar una de las métricas poéticas más cerradas (y más hermosas) como el haiku japonés (7-5-7).

Pensar esta recopilación de irrupciones narrativas como una crítica a las mismas es un error tan garrafal como creer en la muerte de los estilos literarios previos. La literatura se desarrolla permanentemente bajo la obligada convivencia de las distintas escuelas (a veces muy conflictivamente, como ahora). Pero al mismo tiempo, estas idas y vueltas literarias han generado un corpus extraordinario de obras sobre el que apoyarse (ley de oro, no se puede escribir sin leer). De ahí el sinsentido de pensar un canon único e imperialista, como una estructura dominante de la literatura que ha permanecido inmutable desde los tiempos homéricos.

Los estilos estéticos, las formas, los contenidos, las maneras de narrar, el uso del yo poético o la invocación a las musas permiten armar distintos esquemas literarios. La Iliada – La Odisea, La Eneida, La Divina Comedia puede ser uno, con Homero construyendo esas dos obras basamentales de la literatura, Virgilio que las retoma y las define en un estilo propio y romano, Dante que piensa en Virgilio como el máximo poeta clásico que lo guiará (la obra de Dante es única en la historia, pero Dante la escribe pensando en un guía).


Otro podría ser el de las cosmovisiones orientales y/o occidentales, sea la griega, la persa, la del Antiguo Egipto y Mesopotamia como El libro de los muertos, el Mahabharata de la India (ubicada en el siglo III a.C. y con una complejidad sorprendente), los Mayas y su Popol Vuh o los códices mexicanos. Hay toda una línea de la investigación literaria dedicada a encontrar similitudes y diferencias entre estas cosmovisiones. Sin este pasado, Saer no habría podido nunca escribir una de las mejores obras de la literatura argentina del siglo XX, El entenado.

Las novelas góticas permiten otro corpus, así como la novela de estética realista (Dickens, Victor Hugo) o la literatura creada por las vanguardias como el surrealismo o el dadaísmo. Uno de los grandes movimientos literarios de los siglos XIX y XX ha sido el policial, desde los detectives británicos al policial negro norteamericano.

Como se ve, privarse de todo esto es una picardía.

 

II – Series, puertas, potencias

Este análisis permite remitirnos a un concepto organizador del análisis literario como es el de las series de Tinianov (subiremos aparte algunas definiciones). En una definición tan dialéctica como provocativa para los estándares actuales, Tinianov desarrolla una inter-relación entre dos espacios, el central o dominante y el periférico. El periférico, que tiene en su carácter de distinto su fortaleza, lucha por desplazar al dominante. Una vez logrado esto, se asienta, se sistematiza, pierde su vitalidad rebelde o llega a un pico, lo que da pie a que una nueva literatura se ubique como periférica y busque desplazar a la dominante, que antes fue periférica. No se trata, como puede pensarse, de una concepción derrotista del conflicto (está aplicando la dialéctica a la cultura literaria, no a la lucha de clases) sino de expresar de una manera consistente el proceso literario que he desarrollado más arriba, de sucesivos desplazamientos.

No importa si todo ya se ha escrito o no, si los temas fundamentales son tres o infinitos, si las reglas deben seguirse o romperse, todos los días escritores en todo el mundo están creando obras nuevas, que no serían posibles sin la obra literaria previa.

Todo este abanico de lecturas no es una muralla impenetrable o un camino interminable. Se trata más bien, de utilizar como metáfora la famosa escena de quién tiene por delante distintas puertas para abrir que llevan por distintos caminos, con la diferencia de que no hay trampas detrás de ninguna de las puertas y que ese recorrido incluye señales de desvíos hacia otros géneros o estilos o directamente cambios de rumbo. La potencialidad enorme del arte (aquí sólo hablamos de la inter-literaria, imagínense agregar las relaciones literatura-pintura o literatura- escultura) sólo es una carga cuando se pretende abarcarla por completo. Ante esa imposibilidad, se vuelve una piedra de Sísifo rápidamente abandonable para encerrarse en determinada estructura aparentemente sin pasado. Si entendemos que es imposible abarcarla toda, pero que nuestro recorrido, formal o informal, buscado o azaroso nos llenará por dentro de literatura, entonces se vuelve un mundo por descubrir. Pocos (creo que realmente pocos) han leído entero El Libro de las Mil y una Noches (el libro eterno, según Borges). Todos, o al menos muchos de nosotros, hemos disfrutado de una o varias de sus historias sin que eso haya activado un impulso a comprar la obra completa en 3 tomos o 12 tomos.

No sólo se trata de un mundo por descubrir. Para un escritor, se trata de un universo lingüístico por asimilar. Temáticas, formas, modos de narrar, adjetivar, uso de información directa, cruda o sutil, son toda una variedad de posibilidades que un escritor aprende, no en una academia de escritura, sino a través de la lectura. Es difícil pensar en escribir un policial sin haber leído a Chandler o Conan Doyle, por más que alguien nos de una receta en 10 puntos de cómo hacerlo. La atmósfera de un policial es muy particular y uno se conecta con ella a través de distintas lecturas (en referencia al policial, he tenido la experiencia de quienes no habían leído nunca relatos ficcionales del tema, podían trabajar el género a partir de las lecturas en los diarios de las crónicas, y en menor medida a través de la tv).

Escribir distinto no significa escribir mejor o peor sólo por ser distinto o con un estilo personal, significa lo que determina justamente ese significante (Saussure, significante/significado: significación): distinto.

De esta manera toma mayor sentido una famosa sentencia borgeana, punzante, en su texto “El escritor argentino y su tradición”. En vez de limitarse a una tradición exclusivamente local, a seguir los cánones habituales o, por el contrario, despreciarlos y seguir un estilo que peyorativamente se denomina “extranjerizante”, el escritor afirma: “nuestro patrimonio es el universo”. El universo incluye lo local y lo extranjero, en una amplitud de sentidos, literario, cultural e histórico, a la vez que permite la pregunta por lo local para unos que es extranjero para otros y a la inversa.


III – La lectura como disparador:
los “precursores”

Podría pensarse en un texto teórico clave para esta lectura en “Kafka y sus precursores” de Borges. En él, “analiza” obras literarias previas al nacimiento de Kafka como si hubieran sido influenciadas por Kafka, uno de los grandes escritores del siglo XX. Encuentra “elementos kafkianos” en obras que habían sido escritos incluso cientos de años antes del nacimiento de Franz Kafka.

Esa idea de los precursores potenció una serie de lecturas creativas contra-fácticas como análisis concreto centrado en el texto en sí, pero terriblemente interesantes como lecturas o nuevas ideas para desarrollar. Si como hemos mencionado, Dante Alighieri toma como compañero de viaje en su Comedia nada menos que a Virgilio, es evidente que la obra de Dante tiene influencias de Virgilio. Pero, ¿que pasa si leemos La Eneida buscando claves dantescas? ¿Es el descenso de Eneas al averno una influencia del paso de Virgilio por el infierno de Dante? La puestas imaginables en relación a estas preguntas aplicadas a una gama de obras abre una enorme posibilidad de creaciones. Es lo que permite la intertextualidad, siempre que recordemos que las conexiones deben hacerse visiblemente, más cuando se trata de textos de distintos momentos históricos y más si se analizan desde criterios extra literarios. Dilapidar un texto antiguo por no responder a cánones estéticos, políticos o sociales actuales no es intertextualizar, sino forzar la idea de que una obra dice lo que no afirma, ya que muchos de esos elementos no estaban en el debate de las series literarias del pasado, como hoy no están presentes determinados debates antiguos en las series literarias actuales (como la posibilidad de textos apócrifos y falsas continuaciones, un problema tan lindo que nos dejó el legado de la segunda parte de El Quijote).


IV – La lectura como motor
de los inicios de la literatura argentina

También las grandes obras argentinas del siglo XIX estuvieron marcadas por una serie de inter-relaciones literario-políticas, donde una obra era respondida con otra. Del Facundo de Sarmiento al Martín Fierro de José Hernández. Los escritores de la época discutían tanto a través de la prensa como de sus obras. Sarmiento, al caso, no sólo discutía con Rosas. Mantuvo una encendida polémica a favor del uso de localismos en el idioma castellano con Andrés Bello.

Piglia, uno de los grandes especialistas argentinos sobre el tema, cuenta en una charla una anécdota que ayuda a romper los esquemas preconcebidos del presente sobre el pasado. Así, cuando un militar unitario cae preso de un caudillo del interior, éste, el caudillo, para que su prisionero no se aburriera, le presta de su biblioteca personal un libro en latín. Los caudillos federales no eran tan brutos como los unitarios y los propios federales pretenden pintar. Otra es la de un caudillo federal que le lleva indignado el Facundo de Sarmiento a Rosas. Éste, en vez responder con humillación por el libro, sentencia una mezcla de arenga y velada crítica a los suyos: “Así se ataca, señores”.


Introducido el Martín Fierro, la obra cumbre argentina ha sido objeto de distintas reversiones y resignificaciones. Desde los cuentos de Borges (“El fin” y Biografía de Teadeo Isidoro Cruz”) a las novelas de Martín Kohan y Gabriela Cabezón Cámara. Es discutible si lo que ellos desarrollan efectivamente está en la obra de Hernández (insistimos, no confundir intertextualidad con interpretación o análisis), pero es indiscutible que esa obra que se sigue dando en las escuelas secundarias permitió el desarrollo de varios cuentos y dos novelas distintas, a partir de ciertos vacíos encontrados por esos autores en el texto de partida. Esa es la potencia creativa de la lectura.

Leer, por lo tanto, implica no sólo el acto pasivo de ser el receptor de una obra sino también la internalización de algunos elementos de lo que se está leyendo, a nivel sintáctico como semántico, de tramas y desarrollos.

Las lecturas son impulsoras de la escritura, dando un material, una forma “base” a ser moldeado por las ideas de quienes no están acostumbrados a escribir. Otro ejemplo de esto resulta de contrastar los resultados de pedirles a jóvenes que no tenían un hábito de lectura que escriban una relato ficcional, con el resultado de pedirlo después de un proceso de lectura con diversos niveles de crítica.


V – La lectura como poética en Borges

La potencialidad de la lectura está definida en la que quizás sea la más famosa frase de Borges: “yo no soy lo que soy por lo que he escrito, sino por lo que he leído”. Es una afirmación que puede interpretar como un llamado a la lectura o como una auto-definición. Pero si la cruzamos con la obra de Borges, lo que nos encontramos es también que esa frase refiere a la escritura. A su escritura personal, lo que se denomina una ‘poética’.

Muchos de los escritos de Borges parten justamente de la lectura. “La casa de Asterión”, “Los inmortales”, “El fin”, “Los dos reyes y los dos laberintos”, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”.


Otros abordan la re-escritura de la historia, una posible intertextualidad literaria-histórica, como “Tema del traidor y del héroe” y “El jardín de los senderos que se bifurcan”. Es justamente la variedad de la obra leída por Borges la que le permite construir sus textos.

No son meras actualizaciones, sino la puesta en juego de la creatividad alrededor de disparadores: ¿Cómo sería la muerte de Martín Fierro?” es la pregunta que funciona como disparador de “El fin”.

La escritura de Borges, para concluir, como lo hacen Cortázar, Eco y otros autores, parte de sus lecturas; es en esa universalidad, sólo limitada por el tiempo y los gustos (pero no prejuiciosa ni “eurocentrista”) la que permite a Borges reorganizar, re-ordenar, re-significar  esos textos en su propia obra.

La lectura se vuelve una poética en sí misma, la manera particular en la que uno o varios escritores conciben su escritura.

                                                        ***

Este texto, mezcla de ensayo con carta de intención, está marcado por esa intencionalidad, un llamado no sólo a leer (y leer más) sino también a escribir, a darle forma a las ideas y permitirse jugar con la literatura.


Interseries
Octubre - Noviembre 2020

Comentarios